viernes, 29 de febrero de 2008

EL POEMA DE HOY



LAMENTO DE VERANO


de Olga Starzak*


El verano es con sus rosas y ahora aroma a lavanda
sequías obcecadas y calores sofocantes
cortas mañanas de ocio y amaneceres despiertos
el fulgor de las tardes, la alevosía del viento.

Los veranos son esperas por vos, por él, por ellos...
sacudidas de polvo y especie de desfiladero
momentos de gloria y largos de desasosiego
historias repetidas que se agobian con el tiempo.

Este verano es ese gallo absurdo que desconoce horarios.
El gorrión en la ventana velando el último aliento
de su pichón estrellado contra el piso de cemento.
De las ciruelas madurando al compás de los reflejos.

Aquellos veranos inciertos sin saber que te tenía
se acabaron por estériles, se murieron en silencio
ignoraron el suspiro de haber conocido el misterio
de tu voz enardecida, de la yema de tus dedos...

El verano es temores siempre habidos, evidencia del
hombre que rehúsa el silencio eterno.


*Escritora chubutense.

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jueves, 21 de febrero de 2008

UN MITO PATAGÓNICO: DE LA MANO DE PIGAFETTA HASTA LA INSPIRACIÓN DE SHAKESPEARE



“SETEBOS” o “UNA TRAZA PATAGONICA EN LA LITERATURA UNIVERSAL”

Por Jorge E. Vives*



Es bien conocida, por haber sido tema para muchos autores, la “curiosidad” literaria que menciona el crítico español Astrana Marín en su introducción a una versión en castellano de las “Obras Completas” de William Shakespeare. En “La Tempestad”, última pieza escrita por el dramaturgo inglés, el personaje llamado Caliban hace referencia a Setebos, el poderoso dios de su madre Sycorax. Según explica Astrana Marín, esta deidad no es otra que aquella que mencionara Antonio Pigafetta en su “Relazione del primo viaggio intorno al mondo”, como perteneciente a la mitología de los patagones (nombre que Magallanes da a los tehuelches). Shakespeare, de acuerdo a la versión más difundida, lo habría conocido a través de la obra “The History of Travayle”, del autor inglés Richard Eden, que incluye una reseña de la crónica de Pigafetta. Atento a las características del dios que da el italiano lo incorpora a su pieza teatral, escrita en 1611 y estrenada ese mismo año.

Sin embargo es menos conocido que, basado en “La Tempestad”, el poeta británico Robert Browning dedicó a la divinidad patagónica un poema titulado “Caliban sobre Setebos” o “La historia de la Religión Natural en la Isla”. Browning (1812 - 1889) dejó una gran obra poética, grande por lo intensa y por lo extensa. Se lo considera el inventor del “monólogo dramático”, subgénero en el que el escritor, asumiendo la personalidad de un personaje histórico o de ficción, le da voz en primera persona; del cual la creación que motiva este artículo es un claro ejemplo.

En “Caliban upon Setebos” (título original de la poesía, incluida en el volumen “Dramatis Personae” de 1864), el personaje shakespeariano filosofa sobre su dios Setebos. Al describir el Setebos patagón, Pigafetta comenta: “Parece que su religión se limita a adorar al diablo. Pretende que cuando uno de ellos está por espirar se aparecen de diez a doce demonios que bailan y cantan a su derredor. Uno de ellos, que hace más ruido que los demás, es el jefe o gran diablo, que llaman Setebos, los inferiores se llaman cheleule”. Estas características son las que probablemente llevaron al “cisne de Avon” a adoptarlo como dios del monstruoso Calibán; quien, en toda “La Tempestad”, sólo lo menciona dos veces: en el acto I, cuando dice, refiriéndose a Próspero, otro de los personajes, “He de obedecer. Su magia es tan potente que vencería a Setebos, el dios de mi madre, convirtiéndole en vasallo”; y en el acto V donde lo invoca diciendo “¡Ah, Setebos! ¡Qué hermosos espíritus!”. Apenas estas dos referencias bastan a Browning para escribir su poema de 295 versos con un profundo contenido filosófico. Porque lo que desarrolla el poeta decimonónico es la idea de la “teología natural”, de allí el subtítulo del poema, concepto que formaba parte de las discusiones de la época y que se opone a la “teología revelada”. Para la “teología natural” las doctrinas religiosas son creación humana; por lo tanto, están desarrolladas a su medida. De esa manera niega que sean producto de la revelación divina. Tomando esa postura, Browning hace que Caliban describa a su dios Setebos semejante a él, cruel y arbitrario:

“¡Setebos, Setebos y Setebos! / (Caliban) piensa que (Setebos) vive en el frío de la luna / Piensa, él la hizo, para igualar el sol / Pero no las estrellas, las estrellas surgen de otra manera / Él solamente hizo nubes, viento, meteoros...”

Tanto Browning como Shakespeare, a partir de la idea básica presente en la vívida descripción de Pigafetta, la despojaron de su carácter localista, cuyas circunstancias de detalle seguramente ignoraban, tomaron la esencia universal que subyacía e hicieron de Setebos un arquetipo. Así fue como nuestro dios aoni kenk inspiró a dos genios literarios para producir sendas obras de arte de alcance universal. Pero ello no debe llamarnos la atención. La Patagonia es una inagotable fuente de inspiración, que mana de lo variado de sus paisajes y de su gente, del colorido de sus leyendas y tradiciones, de su rica historia que a veces roza lo mítico. Sólo es cuestión que los artistas continúen descubriendo el valor superlativo de este venero y lo utilicen como numen para sus creaciones.

*Escritor y poeta patagónico

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martes, 12 de febrero de 2008

EL CUENTO DE HOY


ETTA


Un cuento de Virgilio González*



Las lámparas de querosene aplicadas estratégicamente en las paredes del bar del hotel, ya iluminaban su interior. Velas esparcidas en las mesas sumaban su tembloroso brillo a la ambarina e intimista atmósfera. La concurrencia vestía con elegancia, especialmente las damas, y tenía buenos modales. Incluso los parroquianos acodados en el mostrador. Uno de éstos señaló la vidriera norte. A través de ella se podía advertir, perfilándose en la crepuscular claridad exterior, el arribo de tres jinetes que, reconociendo el frente del hotel, detenían sus cabalgaduras. Uno de ellos era mujer.
Los hombres se apearon con gimnástica agilidad y el más alto, galantemente, ayudó a su compañera descender de la montura mujeriega.
“Nuevos huéspedes”, dijo quien atendía el bar y por su señorío trasuntaba su condición de dueño. En efecto, el trío se dirigía hacia la puerta. Una actitud expectante se apoderó de todos.
La entrada del grupo no defraudó tanta atención. Cada uno era un notable ejemplar humano radiante de afabilidad y gallardía. Su saludo fue respondido con un eco de simpatía general.
El rubio, disculpándose por su limitado manejo del galés y el español, preguntó si había alojamiento como para ellos. Ante la respuesta afirmativa del hotelero, procedió a despojarse del gabán llevándolo al perchero de madera lustrada. Los cubrecabezas y los abrigos de los tres quedaron de inmediato colgados como un símbolo de su interés por presentarse y departir con la gente, antes de traer al interior del local algún equipaje e ir a las habitaciones. Eso sirvió para que toda la asistencia pudiera conocer sus filiaciones.
El hombre de piel y cabellos más claros, el que ya había hablado, se llamaba James Ryan. El otro, de pelo algo rojizo y bigote más rojo aún, era Harry Place. La muchacha, de rizos trenzados de color castaño claro y unos fulgurantes ojos verde mar, era la señora Place.
Venían de la Cordillera. En realidad, hacía un par de años que estaban en el país. Bajaron desde California a Chile en esos barcos que unían los puertos del Pacífico. Por amigos galeses que conocieron en su rancho de Montana tenían noticias acerca del Chubut y de la posibilidad de trabajar con ganado grande al pie de los Andes patagónicos. Así fue como compraron una estancia en Cholila y realmente les estaba yendo muy bien. Ahora querían adquirir reproductores de raza y ampliar las actividades de su cabaña. Tenían ganas de criar finos caballos de sangre pura de carrera. Les parecía que eso podía ser un buen negocio de exportación con gran porvenir.
La concurrencia celebró unánimemente tan acertados planes. El diálogo fue adquiriendo fluidez; entreverando palabras y modismos del castellano y el inglés, todos parecían entenderse. Un caballero de aspecto patriarcal se acercó a Ryan y se sentó a su lado en la silla que presta y respetuosamente le alcanzaron.
–Creo que a ustedes les conviene prepararse para la cena en este mismo lugar. Yo los invito. Todas las noches viene a tomar café con su señora el gerente del Banco, que es de ascendencia norteamericana.
Esta noticia decidió a los viajeros. Los dos hombres salieron a buscar las austeras maletas y arreglar las condiciones del cuidado de los caballos. Las damas se congregaron en torno a Etta.

–¿Vinieron a caballo desde Cholila? -preguntaron casi a coro dos de ellas.
–¡Of course! –fue la inmediata respuesta, dicha con un gracioso gesto casi infantil que confirmaba que eso era la cosa más natural.
–¿Y en esa montura? –agregó otra.
Aquí estalló una de esas pícaras carcajadas colectivas que suelen producirse en los corrillos femeninos.
–No –respondió por fin Etta–. La compramos en Gaiman, donde estuvimos ayer e hicimos noche. Yo monto como los hombres y me gusta usar “breeches”. Me crié a caballo en mi país.
–Sin embargo, no hay nada de rústico en usted –afirmó una de ellas en representación de todas, que asintieron con cabeceos.
–Well..., mis padres, pese a ser pobres granjeros, lograron mandarme al Este a estudiar. Soy maestra de escuela y trabajé como tal.
–¿Le gusta enseñar?
–Me gustó hasta que el salvajismo del Far West se impuso en la política de nuestro Estado. Gobernantes con amigos empresarios y abogados tramposos forman una camarilla que necesita ignorantes que los voten. Hasta fingen estar en partidos distintos para perpetuarse. A los que verdaderamente se les oponen los destrozan. A los maestros no les pagan casi nada. A las escuelas chicas las cierran y con las grandes hacen desvergonzadas ganancias; las empresas constructoras y proveedoras son de ellos mismos. Y cada vez son menos las escuelas y proliferan las tabernas y los casinos. Con la excusa de que yo tenía pocos alumnos me dejaron en la calle. ¡Los mismos funcionarios que ganaban veinte veces mi sueldo para no hacer nada sino tramar maldades! ¡Oh!, yo estaba muy triste y resentida cuando conocí a Harry...
En el transcurso de esta conversación se fue produciendo en Etta un sutil cambio. Hubo un momento en que alguna persona observadora podría haber advertido un estremecimiento muy íntimo, un cuasi escalofrío. Rasgos de madurez y rictus de amargura quisieron aflorar, afortunadamente sin éxito porque hubieran marchitado la lozanía del joven rostro.
–Nunca dejen que en su país leguen a gobernar hombres poderosos pero salvajes... –dijo tras un instante de pensativo silencio-. Y perdonen, por favor, mi pretensión de aconsejar.
En ese momento entraban nuevamente sus compañeros de viaje. Ellos seguían muy alegres. Sus miradas tenían cierta ensoñación artera que no armonizaba con la plácida sonrisa de niños que lucían sus labios y sus curtidas mejillas.
La joven, rodeada de gente que le había demostrado aprecio y confianza, con la que ella había podido franquearse apelando a recuerdos de una juventud idealista que no estaba tan lejana, sintió el atisbo de una náusea que urgentemente debía reprimir. El rol de caballeros rurales interpretado por sus amigos para iniciar lo que iba a terminar en otro asalto de gigantesco botín le parecía ahora algo burdo, soez. Si por un tiempo y en algún lugar pudieran dejar de ser la banda de Butch Cassidy, esta ocasión y este sitio se presentaban propicios.
Cuando Harry tomó suavemente la mano de Etta para invitarla a ponerse de pie, un relámpago de ira emergió del abismo esmeralda de los ojos de la muchacha. El hombre, tras una breve pausa dubitativa, absorbió inteligentemente la situación.
–Vamos, Etta –le dijo con ternura paternal–. Creo que nos vamos a quedar un tiempo con esta buena gente. Y no te preocupes –mirándola intensamente como se hace cuando dos almas se funden en una al impulso de un noble arrebato, agregó con voz cada vez más queda–, nos vamos a portar bien aquí. Entre los dos convenceremos a Butch. Será un verdadero viaje de vacaciones.

*Profesor y escritor chubutense.


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martes, 5 de febrero de 2008

LA LITERATURA Y EL NIÑO EN EDAD ESCOLAR



La Literatura y el niño en edad escolar*


A menudo, como docente de nivel terciario, indago sobre cuánto y qué leen mis alumnos, y siempre –salvo casos excepcionales- las respuestas me llevan a la misma conclusión: la lectura no es un gen que se hereda, es un hábito que se adquiere (o se pierde) en algún momento de la vida. Como todo hábito, el de la lectura se aprende, se aprende de otros; por imitación, por decisión, o por instinto (en este caso, instinto investigativo). Los niños que ven leer a sus padres, a sus hermanos, parientes u otras personas significativas en su vida, se interesan por los libros (o los textos en general) y tienen la necesidad –porque la curiosidad es intrínseca en la niñez- de saber qué dice ese escrito, qué encierra, o qué puede descubrir y tal vez sus mayores le estén ocultando. Una anécdota, que me tuvo como protagonista mientras ejercía como docente de Nivel Inicial, lo ejemplifica: uno de mis alumnos trajo de su casa una revista de dibujos animados, algo así como la de Condorito; contó que era de su tío, y quería, atraído por sugestivos dibujitos, que se la leyese, a él y a sus compañeros. Muy pronto comprendí el verdadero motivo de su interés. Por su contenido erótico le estaba vedada en su casa. La había tomado sin permiso. Como imaginarán tuve que improvisar un texto que, acorde con su edad, satisficiera las inquietudes del niño y las que había creado en su grupo de pares.
El niño de corta edad juega a leer cuando aún no ha aprendido a hacerlo, inventa el texto y hace “como si” leyera. Cuando comienza a incorporar las letras y empieza a combinarlas nos “atormenta” leyéndonos todo cuanto puede deletrear. Pero, después... poco después, si esa actividad no le provoca interés o la realiza sólo por obligación, la desecha.
Es por eso que a los adultos nos cabe una enorme responsabilidad... pero también es cierto que, a la hora de elegir qué leerles o qué ofrecerles para leer a nuestros niños, tenemos innumerables posibilidades. Desde los cuentos clásicos y/o tradicionales hasta los más vanguardistas, rimas, poemas, leyendas y fábulas. Éstas últimas tan vigentes hoy en una sociedad que ha sufrido importantes quiebres axiológicos, como en sus orígenes, antes de la Edad Media.
A modo de repaso citemos sólo algunos de aquellos cuentos que han sido repetidos de generación en generación, desconociendo tan siquiera por quiénes fueron escritos, como El Flautista de Hamelin, Alí Baba y los cuarenta ladrones, La lámpara de Aladino... O aquellos que Perrault escribiera trescientos años atrás y contribuyeran, tal como siguen haciéndolo hoy, a desarrollar la imaginación de muchísimos niños: La bella durmiente del bosque, Caperucita Roja, El gato con botas, Cenicienta, Pulgarcito... En esta lista no podríamos dejar de mencionar a Blancanieves, Hansel y Gretel, Juan Sin Miedo... historias que fueran recreados por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, relatando con la belleza y la magia que encierra el cuento, historias de campesinos que ellos mismos escucharon de sus mayores.
Igualmente fascinantes fueron y son los cuentos de Andersen, que con un lenguaje cotidiano y la más tierna expresión de los sentimientos, escribió El patito feo, El soldadito de plomo, El sastrecillo valiente, La sirenita...
Sería ingrato de mi parte limitarme a estos autores, tan reconocidos como vigentes y no nombrar a quienes, contemporáneos, dedicaron (y dedican) su vida en pro de una niñez más feliz, deleitando la vida de niños, pero también de adultos, como María Elena Walsh y sus infinitos cuentos, versos, canciones y partituras, Javier Villafañe y su “Gallo Pinto” entre tantos...; “El niño envuelto” y “Socorro” sólo como una muestra del enorme talento de Elsa Bornemann; la magia, el terror y los cuentos de fantasma de la mano de la eximia escritora Ana María Shua, la estética de Silvia Schujer, el atractivo estilo de Laura Devetach, la prolifera creación de Graciela Cabal y su interés de contribuir al cuidado del Planeta, Ricardo Mariño... y la irremplazable Graciela Montes.
No privemos a nuestros niños del indescriptible placer de la literatura. El chico que ha aprendido a disfrutar de ella apreciará el valor de la palabra escrita, tendrá la posibilidad de desplegar sus alas y volar junto a la imaginación del autor de su objeto de deleite, desarrollando así su propia imaginación. Cada obra le proporcionará un universo de nuevas imágenes, enriquecerá su vocabulario, contribuirá a formarlo social y culturalmente, a reafirmar sus valores, a confrontar su propio sentir con el de los personajes y a -lo que a mi modo de ver es mucho más importante aún- desarrollar su sensibilidad al enfrentarlo con las emociones de los protagonistas de sus cuentos.
No olvidemos que cada vez que haya un hombre o una mujer que disfrute creando literatura para niños, estaremos frente a alguien que se ha tomado muy en serio la infancia y que, especialmente, no ha olvidado la suya. Como dijera Stevenson: nunca dejaron de jugar como juegan los niños, es decir, seriamente.

*Olga Starzak
Enero de 2008

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